De una carta a un claustro docente

Durante la segunda semana de julio he leído tres de los libros que recomendamos leer a nuestros alumnos, y me produjo una impresión tal, que me he preguntado qué es lo que pasa que no podemos entender los criterios que inspiran el proyecto educativo que llevamos ya cuatro cursos reformulando.

Más que preguntarme qué es lo que pasa, me pregunto qué puedo hacer.

Una vez más, encomendándome a Dios y a María, pongo manos a la obra. Voy a compartir unas reflexiones haciendo una propuesta.

La tradición de la Iglesia nos enseña que el cultivo de la virtud es parte fundamental de la educación, sin lo cual carece de sentido luchar contra las tendencias negativas derivadas del pecado original. La malicia en la voluntad, la oscuridad en la inteligencia, la amnesia en la memoria, el desorden en el deseo de placer y la debilidad ante lo arduo, son tendencias a las que cada uno debemos contraponer el cultivo de las virtudes. Pero el orden no es indiferente: lo que nos mueve es la conquista de la virtud y por eso aprendemos a someter las pasiones a la recta razón. Y ello debe verse reflejado, no sólo en la actitud de servicio que caracteriza a nuestra vocación, sino en todos los materiales y actividades que utilizamos con nuestros alumnos.

Si lo antedicho no me apela, si no hago lugar en mi corazón a lo propuesto, si de algún modo sigo pensando que la realización de ese ideal de vida depende de otro, me estoy engañando, y además de traicionar al Dios que me distinguió llamándome a tan noble servicio, corro el serio riesgo de escandalizar a mis alumnos, es decir, puedo estar siendo causa de la perdida de su fe, escandalizar es contribuir a que otro pierda su luz, extravie su senda.

Ninguno de nosotros es parte de esta sinfonía por virtud propia, sino por llamado de Dios. Pero, “El que te creó si ti no te puede salvar si ti” al decir de San Agustín.  La respuesta a esta apelación es indelegable e incoercible. No puede sino, nacer del corazón humillado ante el Omnipotente. Es una respuesta personal ante la que no valen excusas por causa ajena. Es el flagelo del bautizado: o compartes y haces fructificar tus talentos o te serán quitados.

Del mismo modo que cada instrumentista en una sinfónica debe conocer la partitura total y no puede dejar de ejecutar su parte sin afectar la calidad del todo, en nuestra labor educadora, no podemos delegar la practica individual ni delegar la responsabilidad personal en otro sin que se vea afectada la calidad del todo, que en este caso son vidas: las jóvenes vidas encomendadas a nuestra guarda. Mi referencia cotidiana a Dios va haciendo senda a los que El me encomendó.

Desde esa perspectiva, no puede ser la satisfacción del gusto lo que nos mueva en nuestras tareas: ni el gusto propio, ni el ajeno. Demasiado empeñado está el mundo en lo grosero y burdo que nace precisamente de aquellas secuelas del pecado mencionadas antes, como para contar con la complicidad de nuestra distracción. Por el contrario, el gusto debe ser educado y sometido al orden de las virtudes.

Cualquiera sabe lo que es hacer algo mal; pero lo que significa hacer bien el bien, sólo lo puede saber aquel que está constantemente empeñado en su realización. Con una sola falla el desorden se patetiza y cualquiera puede notarlo. Para que exista orden se requiere el concurso armónico de todas las partes. Y el orden en la acción a la que estamos convocados, o nace de la oración o es un imposible de arranque.

Por vocación, somos responsables de la tenaz tarea de educar en medio de una sociedad egocéntrica que ha perdido, entre otras muchas cosas, la alegría del aprendizaje. . . porque ha abandonado la Verdad en el enseñar.

La reconquista de la excelencia a la que el hombre ha sido invitado por Dios, sólo puede ver la luz, si enseñamos a nuestros alumnos a contemplar la belleza, a reconocer que no hay gesto más noble que el dar la vida por el bien del prójimo próximo, ni tarea más importante que  el cultivo de la propia vida en la virtud.

En tanto el centro de la vida sea el yo, y no el Único que con propiedad puede llamarse yo a sí mismo, la esclavitud es el resultado lógico. Educar para la libertad es educar en Dios. Es liderar a nuestros alumnos en la búsqueda permanente del reino de Dios, y en la renovación constante de la entrega de la propia vida a Dios. No otra cosa es la libertad. Cualquier otra cosa que sea llamada libertad es un placebo que conduce a la despersonalización y a la locura.

Libre es el hombre que se ha descubierto ante Dios y desde allí asume el sentido de su vida. La esencia de la libertad no se centra entorno a la libertad de hacer lo que quiero. Su esencia consiste más bien, en la libertad para servir como es debido. El servicio es el único modo conducente de realizar lo que cada uno es llamado a ser por Dios. Y esto es lo que declaramos en nuestra Misión cuando hablamos del descubrimiento y cultivo de la vocación personal. En todo caso, el planteo no es el de la libertad de, sino el de la libertad para qué.

Y si alguien tiene dudas, recordemos que sobre estas cuestiones fundamentales no hay mucho que discutir, ya que nosotros por opción personal hemos aceptado el magisterio de la Iglesia como regla; y en este sentido cabe recordar sintéticamente la cuestión recurriendo a aquello que nos enseño el Águila de Hipona: “la libertad consiste en llevar a la conducta aquello inmutable que Dios ha impreso en el alma”. He aquí la síntesis de nuestra tarea, el paradigma de nuestra mirada, el fin de cada acción nuestra.

Es sintomático que la palabra deber haya perdido, no sólo el lugar que debería tener en nuestro lenguaje cotidiano, sino también su significación y vigencia. Mientras a la par, y no por mera casualidad, la palabra derecho se ha convertido en término talismán desde el que todo se juzga y demanda. Si el derecho personal no está fundado sobre el deber personalmente asumido y socialmente realizado desde una concepción del Bien Común fundada en Dios, es una utopía irrealizable que desemboca inexorablemente en el fratricidio.

El derecho individualista es parte del círculo cerrado de la voluntad de poder, porque al no haber una instancia superior a la cual las humanas aspiraciones puedan remontarse para fundar en ella su posibilidad, la realización de cualquier proyecto queda supeditada a la confrontación de fuerzas. Sin Dios, no hay razón para que un hombre obedezca a otro, ni fundamento para orden alguno. Todos somos iguales. . . a nada. Obedecer en última instancia es obedecer a Dios. . . o ser esclavo de las propias pasiones, que como el término indica, no es fruto de nuestra elección, sino algo que padecemos en virtud de nuestros propios pecados.

¡No hay libertad para el mal! ¿Quién sería capaz de dejar que atormenten a un hijo sin oponer resistencia? Sin embargo, recomendamos impávidos, libros, al menos totalmente carentes de valores e ideales, cuando no, lisa y llanamente poblados de anomalías e inmoralidades. ¿Cómo se explica?

En educación, entre el bien y el mal no hay posibilidades referenciales intermedias. En todo caso, lo que importa más que el punto de arranque es el de referencia, el fin al que tendemos, el modelo que buscamos. ¿Quién aceptaría que dos más dos es igual a seis? ¡Mucho menos enseñarlo!

Pero entonces ¿Cómo se explica nuestra factual tendencia contramodélica?

Habiendo tanta literatura sapiencial y modélica ¿a qué viene el recomendar textos que abundan en descripciones de conductas contranatura, y carecen totalmente de referencia a los ideales? ¿Es que creemos que los alumnos no necesitan ser formados en la virtud?

Un hombre formado en los ideales, no sólo sabrá descubrir las anomalías y problemas a los que se deba enfrentarse, sino que tendrá también los recursos que le sean necesarios para cambiar lo que pueda cambiar, valor para aceptar lo que no pueda cambiar, e inteligencia para ver la diferencia entre lo que vale y lo que carece de valor.

Un hombre no educado en los ideales termina aceptando lo que se le vende como lo que vale. . . y padece toda su vida las consecuencias de haber sido caprichosamente deformado.

No puedo dudar de la buena intención de quienes nos desempañamos en esta comunidad. ¿Será aquello de que la ruta al infierno está pavimentada de buenas intenciones? O más bien aquello de San Pablo: no hago Señor el bien que quiero y hago el mal que no quiero.

En cualquier caso, la lección paulina se completa con la aplicación del Padre nuestro: “que se haga Señor tu voluntad”

Pero esa Voluntad, no se realiza en nosotros sin el concurso de nuestra libertad. Dios no es un tirano. Respeta nuestra libertad porque siempre cumple con su promesa: “pedid y se os dará”. Tal vez es cuestión de empezar a pedir lo que corresponde. . . y hacer lo que corresponde: a Dios rogando y con el mazo dando.

Cualquiera de nosotros tiene acceso a la cultura clásica, y si alguien no sabe a que nos estamos refiriendo, que pregunte. No podemos darnos el lujo de que pase otro curso escolar sin empezar conscientemente a reajustar los contenidos de nuestra clases a los parámetros clásicos y doctrinales que definen nuestro proyecto. A partir de esta reflexión, ya no podremos excusarnos en que nadie ha dicho nada al respecto.

Alguien puede llegar a declararse irresponsable por ignorancia. . . hasta que es avisado. A partir de entonces, y más cuando se trata de cuestiones de oficio, no hay excusas. En todo caso habrá toma de posiciones. . . justificadas e injustificadas.

Fraternalmente a vuestro servicio, JGR

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